Esta mañana mientras desayunaba, en el repaso de los titulares del día, me ha llamado la atención la noticia de un caso que he seguido con bastante interés, el de los trucajes de algunos motores diesel de Volkswagen —que posteriormente resultó ser un mal de casi toda la industria—.
Este es un claro caso de deshonestidad, donde toda una industria ha estado mintiendo a sus clientes y engañando a las autoridades supervisoras.
La noticia decía algo así:
Oliver Schmidt, que llevaba en prisión en EEUU desde enero, se ha declarado culpable de participar en una trama desde su posición como responsable de la comunicación entre la marca y las agencias reguladoras para encubrir el trucaje de los motores diésel y emitir partículas nocivas por encima de la regulación. Ha sido condenado a la máxima pena: siete años de prisión y una multa de 400.000 dólares.
Puede ser consultada en la página de El español (aquí).
Como vemos, parece que ninguna industria —ni la académica/científica, como hablamos en el libro— se libra de los comportamientos deshonestos. Las personas parecen no tener escrúpulos en «usar atajos», aunque no sean éticos, para conseguir sus objetivos. Una pena 🙁
¿Qué te parece?
Angel.